El MP3 nació hace veinte años en un laboratorio bávaro, pero sólo hace diez que el mundo sabe del MP3, un algoritmo de compresión de audio que ha supuesto la mayor revolución industrial para la música, al hacerla móvil y ubicua.
El Fraunhofer Institut (FhG) logró demostrar que mucha parte del sonido empleado no se oye; y que, el resto, podía ser comprimido hasta doce veces, de modo que, si un segundo de sonido de CD ocupa 1,4 Mb, en poco más del doble podría meter una canción entera. El FhG además partía de que la codificación es subjetivamente «transparente» a partir de 96 Kb/s y no hacía falta más. Los nombres que firman la patente son: Bernhard Grill, Karlheinz Brandenburg, Thomas Sporer, Bernd Kurten y Ernst Eberlein. Pero realmente Dieter Seitzer y Karlheinz Brandenburg son los dos nombres clave en el proyecto.
Brandenburg, el padre
Brandenburg, llamado el padre del MP3 como jefe del equipo, es un matemático que investigaba métodos de compresión desde 1977, y Seitzer, un profesor en la universidad de Erlangen que había trabajado sobre la transmisión de sonido por línea telefónica y ayudó al Fraunhofer con la codificación de audio. A sus 52 años, hoy Brandenburg tiene un nuevo proyecto, el Iosono, que revolucionará el sonido Dolby-Surround y llevará sonido tridimensional puntualmente a cada butaca por medio de una red de altavoces, y si es incorporado por los estudios cinematográficos puede ya estar en las salas dentro de cinco años.
En 1987 empezaron sus investigaciones, pero en 1991 el proyecto estuvo a punto de morir, pues en las modificaciones la codificación no funcionaba correctamente; sólo dos días antes de lanzar la primera versión del MP3 fue hallado el error del compilador. En 1992 fue adoptado el estándar MPEG, y el MP3 enjaretado en éste, pero la capacidad de procesamiento de los PC domésticos no proporcionaba la potencia necesaria. A finales de los 90, el Pentium estaba ya en casi todos los ordenadores, que contaban ya con discos duros de 4Gb e internet por ISDN, y pronto por DSL. Como suele suceder, la combinación en el momento adecuado logró el éxito fulgurante de una nueva industria de la codificación, el intercambio, el almacenamiento, la copia, el transporte y, naturalmente, la piratería. Diez años después del primer aparatito fabricado por la SaeHan de Seúl, el MpMan F10, copiado de inmediato por el californiano Rio de Diamond, el pasado año se vendieron en el mundo 135 millones de lectores de MP3.
También alimentó la eclosión la conciencia de un monopolio de precios inaceptable por parte de los sellos y distribuidoras de discos, que mantenían el CD al arbitrario precio de 2.000 pesetas. Del obseso «freak» del ordenador se dio el salto a la masa en sólo un año, con el empujón culturalmente definitivo en 1999 de un estudiante de 19 años, Shawn Fanning, y su bolsa de intercambio Napster. Lo juzgaron, pero rompió para siempre el monopolio de las discográficas, y hoy cantantes como Kate Walsh nacen en solitario en internet.
El sano compañerismo de la primera época de internet hizo el resto para que la gente se lanzara a compartir, ya no sólo discografías completas sino programas de radio, emisiones curiosas de televisión y películas. El universitario croata Tomislav Uzelac creó el primer software reproductor, el gratuito WinAmp, hoy en 70 millones de ordenadores, y grupos de estudiantes se metieron a enmendar la plana a Fraunhofer y mejoraron el producto con el códificador Lame, que tal vez siga siendo el mejor, con permiso del WMA, y es gratis; aunque desde hace tiempo hay entusiastas del código Ogg Vorbis, que a una cierta tasa de compresión suena mejor. Pero diez años después, el MP3 es más que un algoritmo. En un mundo individualista es ya el símbolo del fenómeno sociológico del compartir en internet.
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