jueves, 20 de diciembre de 2007

La industria de la música ha muerto

Magnifico articulo de Enrique Dans en Libertad Digital.


La industria de la música ha muerto. Y no lo digo yo, sino nada menos que la gaceta oficial de dicha industria: la MTV. En una serie de tres artículos, la prestigiosa cadena musical repasa las noticias del año, y dibuja un panorama desolador: Madonna decide abandonar a su discográfica e invertir en una empresa de conciertos, Sony BMG se dedica a instalar programas espías en los ordenadores de sus usuarios, la RIAA destroza la vida de una pacífica ciudadana, Nine Inch Nails rompe relaciones con la industria, Radiohead saca su álbum anunciándolo en su blog y vendiéndolo directamente en la web al precio que los clientes quieran pagar por él... La industria de la música ha muerto, y lo ha hecho por no entender el progreso, por pretender perpetuar situaciones que no podían –ni debían– ser perpetuadas, y por negarse a aceptar los cambios que el escenario traía consigo.

En España, las cosas están exactamente igual. Los artistas y las sociedades que afirman representarlos se dedican a amenazar a los políticos diciendo que van a "cogerlos de los cojones" (disculpen ustedes la expresión, que no es mía, sino textual de uno de ellos), se reúnen para hacer proclamas reclamando su derecho al pesebre, insultan a los fans, los amenazan con persecuciones judiciales, con cortarles el acceso a Internet, y mil barbaridades más que hemos tenido que escuchar a lo largo del año, a cada cual más patética. Evidentemente, algo debe ir mal. Si además vemos como los políticos de un lado insisten en conceder subvenciones a esos "artistas" (subvenciones que provienen de los bolsillos de otros ciudadanos, a pesar de la patente y evidente oposición de éstos), mientras los políticos del otro lado afirman querer eliminar el canon para pasar seguidamente a ilegalizar la copia privada y perseguir a los internautas mediante una supuesta agencia de la propiedad intelectual, es que además de ir mal, hay algo que huele a podrido. Podrido y maloliente. El olor que proviene de todos esos supuestos "artistas" reunidos y con mafiosas actitudes, y de los políticos que responden con prontitud a sus demandas es ese aroma inequívoco y dulzón de la podredumbre, de quien prefiere ignorar el entorno que le rodea para intentar perpetuarse en una forma de hacer las cosas que nunca volverá a ser igual. Pero pensemos: ¿qué realidad están dedicándose a ignorar conscientemente esos "artistas" y esos políticos?

Ignoran algo tan básico como que la red, internet, no es una fuente de calamidades que es preciso compensar, sino una enorme y desmesurada fuente de riqueza. Con cada descarga, con cada streaming de una canción de un artista, más crece su cuenta de ventas por asistencia a conciertos, por merchandising, por ventas en iTunes, por patrocinios y por todo tipo de insumos propios de quien sabe explotar la economía de la atención. El canon compensatorio pierde completamente su razón de ser cuando la actividad de los fans deja de ser algo por lo que es necesario compensar al artista, sino algo que el artista debería fomentar y agradecer. El hecho de que el pomposo Convenio de Berna suscrito por 163 países recoja la necesidad de compensar al artista por la copia privada no refleja nada más que el hecho de que se trata de un tratado escrito nada menos que 1886, reformado en varias ocasiones para adaptarlo a las necesidades de quienes se dedicaban a una actividad hoy tan muerta como distribuir pedazos de plástico con música dentro, y cuya última revisión viene del año 1979, mucho antes de que nadie pudiese imaginarse lo que era internet y lo que podría llegar a traer consigo. Si algo demuestra el absurdo del canon es, precisamente, que el Convenio de Berna debe ser reformado.

Ante la situación actual, es preciso tomar algo de distancia y perspectiva, y pararse a pensar durante un momento en el ridículo espantoso que los "artistas" y los políticos están haciendo: un canon compensatorio que compensa algo que no debe ser compensado, que provoca niveles de protesta rayanos en la alarma social, apoyado en un tratado apolillado y mediatizado que precisa de una revisión a la luz de los nuevos escenarios, e instrumentado por una sociedad de gestión, la SGAE, que goza de cotas de impopularidad jamás vistas en este país. Una sociedad que propone dedicar una pequeña fracción del canon (la gran mayoría se destina a financiar precisamente su gestión) a una pequeña fracción de artistas, con un criterio que ya no es que sea poco transparente, sino que es simplemente ridículo: se supone que compensa el que las personas se descargan música ejerciendo su derecho de copia privada y por tanto los creadores no venden sus anticuados pedacitos de plástico, pero ¿en virtud de qué se va a calcular? ¿De las ventas? ¿Cómo, si no venden? ¿De las listas de los Cuarenta Principales, más mediatizadas y falsas que un billete de dos euros? ¿De la popularidad en las descargas de P2P, rizando ya el rizo del absurdo? ¿No se dan cuenta de que todo esto no tiene ningún sentido?

Simplemente, la industria de la música ha muerto, y lo que vamos a tener a partir de ahora es, simplemente, música, que por cierto, nunca ha estado mejor que como está ahora. La industria existente desaparecerá o se adaptará, vivirá en la red en lugar de hacerlo al margen de ella, se comunicará directamente con sus clientes en lugar de insultarlos y llevarlos a juicio, y no renunciará a la innovación para dedicarse a vivir de los subsidios y la sopa boba.

La industria de la música ha muerto. Y los políticos deben entenderlo, alejarse de su apestoso cadáver, y dedicarse a gestionar en función de los verdaderos intereses de los ciudadanos y de los verdaderos artistas, no de esos "artistas" malhablados, mafiosos, insultantes y desagradables que se reúnen en torno a la SGAE y exigen pagos por favores políticos. Copia privada como derecho indiscutible, y compensación establecida por los mecanismos del mercado: que los artistas se compensen aprovechando la maravillosa difusión y las oportunidades de negocio que brinda la red, como todos esos artistas que ya han huido del "manto protector" de las discográficas han demostrado que puede hacerse.

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