lunes, 10 de septiembre de 2007

La crisis de la industria del disco y sus causas

La industria del disco siente que su fin se acerca y que, si Dios no lo remedia, va a extinguirse del mismo modo que se extinguieron los dinosaurios. Anteriormente, otros industriales prósperos y decentes, como pudieran ser los fabricantes de escupideras y orinales, tuvieron que cerrar sus puertas cuando tiempos más higiénicos les declararon obsoletos. Nada nuevo bajo el sol, es la ley de la oferta y la demanda: cuando nadie quiere lo que tú vendes, desapareces.

Imagino que el lector debe estar pensando que la música no es lo mismo que un orinal y que, excepto los bebés, nadie necesita un orinal teniendo un buen cuarto de baño, mientras que la música gusta y ha gustado siempre a todo el mundo, habiendo incluso mucha gente a la que nos enloquece. Y el lector tendrá toda la razón del mundo, pero el hecho está ahí: la crisis de la industria del disco es la noticia más candente y comentada del mundo musical.

Los precios abusivos de los discos, el pirateo y las páginas de intercambio de MP3 en internet (yo añadiría el empeño de la industria y los medios por promocionar música mediocre y aburrida, pero, claro, eso es una cuestión de gustos) han hecho tambalearse a una industria en apariencia inamovible. Lo curioso es que, mientras iba sacando, sin prisa, pero sin pausa, a puñaditos, la tierra que iba a cubrir su ataúd, la industria se regalaba triunfalista, alardeando de unas cifras de ventas multimillonarias (millones de copias de Alejandro Sanz, un millón de Estopa, 400.000 de Ana Torroja, otras tantas de Manolo García, Jarabe de Palo, Enrique Iglesias, Ismael Serrano, Marta Sánchez, Duncan Dhu y quien se tercie) que, indudablemente, o eran falsas, o, de ser ciertas, denotan lo absurdo de un mercado que, independientemente de los millones, está a punto de extinguirse.

Como espectadores conscientes de las jugadas desmañadas que se estaban llevando a cabo en nombre de un mercantilismo malintencionado o ingenuo, vamos a proponer, sin ningún ánimo de polémica, los siguientes argumentos en relación con el tema para los que, afectados o no, tengan ganas de ejercitar las meninges.

I. La industria se ha empeñado obsesivamente en demostrar que la música no importa.

No podemos comprender el porqué, pero así es: se supone que son la belleza física, la elegancia, la literatura y, a lo más, el sonido lo que hace vender discos. Me remito a los hechos: ¿cómo es sino que el MP3, que es sólo música, está logrando desbancar a esas ediciones en CD tan bonitas y tan caras que se empeñan en hacernos comprar? Incluso la fan más alienada, cuando se compra un disco del ídolo más lamentable -Enrique Iglesias, por ejemplo-, está convencida de que lo que le gusta es su música. Si no, se compraría postales, pósteres, cromitos o camisetas que son más baratos que el disco.

II. La industria del disco no vende música, sino soportes.

La industria del disco ha estado convencida durante los últimos veinte años de que, contando con una exposición y un valor añadido extramusical suficientes, cualquier producto se puede convertir en éxito, incluyendo los consabidos dos minutos de silencio (desde John y Yoko hasta Depeche Mode). Y, sin embargo, a nadie le gustan los discos ni las casetes per se, sino las canciones que contienen: contra todo pronóstico, el público ha elegido bajarse las canciones de internet sin soporte ni nada o comprarse los discos en el “top manta”, despreciando la portada y los regalitos que no hacen más que encarecer el producto. Este aspecto de la crisis tiene difícil solución porque, desde los años 60, y quizá antes, disco y música se han convertido en sinónimos tanto para la industria como para muchos consumidores y estoy segura de que, ahora mismo, hay lectores que no están entendiendo de qué estamos hablando. Las consignas lanzadas por algunas campañas alarmistas abundan en identificar ambos. Pues no, la crisis de la industria no trae consigo la muerte de la música: ni Juan Sebastián Bach ni los grandes maestros del pasado necesitaron cobrar derechos de autor ni tener discos en el mercado para inventarse lo que ahora mismo seguimos llamando música.

III. La industria del disco no se molesta en conocer a sus clientes.

Los gustos y criterios personales de su personal y, como mucho, de la gente de los medios, constituyen la única guía para llevar a cabo tal o cual inversión. Los jefes de producto de las compañías tienen, en mi opinión, una responsabilidad injusta y las compañías arriesgan demasiado en cada lanzamiento hecho a ciegas. Inevitable que se hayan vuelto tan conservadoras y se limiten a repetir fórmulas mil veces probadas. Encuestas, tests, estudios de mercado, sondeos de opinión y, sobre todo, servicios de atención al cliente, semejantes a los que existen en cualquier otro sector, se convierten en imprescindibles en un momento de crisis. Incluso en estos tiempos de pirateo e internet, siguen existiendo sectores alternativos de la industria discográfica que siguen prósperos dada su comprensión de lo que el público les pide. Los ejemplos llenarían miles de páginas.

IV. La industria del disco desprecia al melómano, su único cliente potencial.

Es decir, crea su producto para el público al que no gusta la música -en teoría más grande y más manipulable-, despreciando a los que, por lógica, son los consumidores básicos de música: los melómanos. Generalmente se considera que este sector es más reducido y menos manejable, olvidando que, en cambio, es muchísimo más fiel y más activo.

V. La industria del disco se ha quedado anclada en los planteamientos de los años 60.

Me refiero a que, dado que fue entonces cuando, gracias al aumento de la capacidad consumista de los adolescentes, consiguió su mayor desarrollo, sigue dirigiéndose exclusivamente al público adolescente en lugar de recapacitar y observar la cruda realidad: después de dos décadas de carestía de bebés, la edad media de los españoles sobrepasa los cincuenta años y, ni el más memo de los cincuentones va a interesarse nunca por Natalia, Raúl o Snoop Doggy Dogg, ni va a sentir el más mínimo interés por la frivolidad y la locura que rigen la actualidad musical.

VI. La industria del disco ha perdido el contacto incluso con el público joven.

Sabido es que están dejando de comprarse música porque prefieren el Sega, el fútbol, el botellón y otros hobbys más divertidos y actuales: la industria del disco no ha sabido encontrar su sitio en medio de la oferta de ocio actual para la juventud. La gente que sólo ha conocido el CD no lo valora como se valoraban antes los delicados discos de vinilo. Desde el principio sabes que tienes algo regrabable y que no vale lo que cuesta. El fracaso es mayor en cuanto que este sector constituye su objetivo principal. No sería tan grave si se hubieran ganado otro público, pero como no es así…

VII. La industria del disco ha devaluado metódicamente su producto con el baile de soportes que se inició hace veinte años.

Porque... ¿quién te dice que, cuando hayas conseguido sustituir tu querida colección de discos de vinilo, que tantos sudores te costó reunir, por sus correspondientes CDs (porque tú sabes que, te digan lo que te digan, aún no están editados en CD todos tus discos y casetes), no van a venir con otro invento todavía más caro y todavía más moderno para que te veas obligado a tirar a la basura los CDs junto con los discos y las casetes? ¿Solución? Pasas de todo y empiezas a coleccionar cochecitos y... ¡un comprador de discos menos!

VIII. La oferta de la industria del disco es excesiva y gratuita.

Una manera perfecta de alienar al comprador: demasiados lanzamientos, demasiados nombres nuevos, demasiadas modas y demasiadas tendencias... Teniendo en cuenta que el disco no es un bien de consumo esencial como el jabón o el pan, la mayor parte de productos están destinados al fracaso. Las estadísticas no mienten: la mayor parte de los discos venden menos de cien copias. El exceso de nuevos valores todavía empeora más la situación. No se cuida a los clásicos porque, en caso de éxito, los contratos con los novatos resultan más beneficiosos para las compañías que los de los artistas consagrados, más exigentes, para empezar, en los tantos por ciento de beneficios.

IX. La industria del disco nos ha estado obligando a comprar un álbum con doce (o más) canciones desconocidas por una que nos gusta.

Es decir: nos obliga a comprar doce kilos de arroz cuando pedimos uno para hacer una paella. En realidad es más grave: es como si, cuando vamos a comprar un kilo de arroz, nos obligasen a comprar once kilos de residuos y basura. Personalmente opino que, hablando de música popular, la canción constituye la unidad de medida y que es muy fácil encontrar canciones buenas, emocionantes o divertidas en cualquier temporada, pero resulta muy difícil que quien ha grabado una de esas canciones consiga producir, al mismo tiempo, diez más del mismo nivel. La mayor parte de la música que sale a la venta son cortes de relleno y eso lo saben los propios artistas, productores y editores. En una palabra: estoy profundamente convencida de que hacer desaparecer el mercado de singles constituyó un error irreversible.

X. La profesionalidad del personal de la industria se ha degradado ostensiblemente.

Lo normal ahora es que en las discográficas trabaje gente de marketing y no gente de música. Pero vender chorizos es diferente de vender canciones y sus tecnicismos equivocados les han llevado a la crisis. Los contestadores automáticos están permanentemente enchufados para evitarse la molestia de contestar a tus llamadas. Y, llegado el caso de que consigas contactar, nadie va a saber quién eres -prueba irrefutable de que no hacen su trabajo y no leen revistas- y te van a tratar a patadas (hay excepciones, pero casi siempre se trata de amigos o gente de los viejos tiempos). Cuando yo empecé a publicar, fueron las compañías las que contactaron conmigo para hacerme llegar sus discos… Pero entonces no se hablaba de crisis y ahora sí.

XI. El mercado del disco está en manos de señores que no pertenecen al mundo de la música.

La crisis de los primeros 90 acabó con las tiendas de discos. Sólo han sobrevivido establecimientos altamente especializados y los grandes almacenes se han quedado como únicos en ofrecer música al gran público. Desprecio al cliente, desconocimiento del producto y unas reglas mercantilistas simplistas y reaccionarias rigen los principales puntos de venta de música de este país. La oferta se reduce al mínimo según criterios equivocados de gente que no entiende ni valora lo que es la música.


Via: www.45-rpm.net

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