Porque al hacerlo da inicio un complicado proceso químico. Cuando los trozos de cebolla se cortan sus células se rompen y liberan una enzima conocida como alinasa. Esta reacciona con los aminoácidos de la cebolla y, entre otras sustancias, produce una que se conoce como syn-propanotial-S-óxido, muy volátil, que se libera en el aire y llega hasta los ojos. Cuando alcanza el globo ocular toca las fibras nerviosas que hay en la córnea (la capa protectora que lo cubre) y éstas, a su vez, activan las glándulas lagrimales. Justo entonces comienza el característico lagrimeo. Para evitarlo hay miles de consejos caseros, como calentar las cebollas antes de picarlas o hacerlo bajo el chorro del agua. Con las técnicas de manipulación genética se ha buscado crear una cebolla que no haga llorar; sin embargo, los intentos han fracasado, ya que las cebollas producidas así pierden el sabroso gusto picante que las caracteriza.
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