Analizando objetivamente la evolución humana durante los últimos 30,000 años, podríamos concluir que el desarrollo del hombre ha sido principalmente cultural. Pero a pesar de que compartimos el 98% de nuestros genes con los chimpancés, el 2% distintivo es el que nos ha permitido fundar civilizaciones, crear obras de arte y progresar en el área científica.
Eso en la ficción, sin embargo, esta evolución lenta existe y ha afectado -y mucho- a nuestra anatomía. El hombre actual, que goza de infinitos servicios que le hacen la vida más cómoda, poco tiene que ver con sus parientes ancestrales, básicamente dedicados a la caza, que dependían de su buena vista y olfato para conseguir el sustento diario. Ya no necesitamos unos dedos fuertes para agarrarnos de los árboles, aunque aún conservarnos reliquias como las uñas -restos de nuestras primitivas garras-, así como tampoco es imprescindible nuestra capa natural de pelo para protegernos del frío. Éstos y otros órganos y facultades apenas son utilizados por el ser humano moderno. Y todo lo que no se desarrolla muere.
La inteligente madre naturaleza
Como buena empresaria, la naturaleza se adapta a las demandas del mercado. Por lo tanto, nuestro organismo ha sufrido profundas transformaciones y en los próximos milenios variará todavía más. La pregunta que surge entonces es: ¿por qué tenemos órganos que, al menos aparentemente, no nos sirven para nada? En primer lugar, la naturaleza nunca desperdicia, ya que cada parte de nuestro cuerpo cumple una función y es el resultado de profundas mutaciones, de una larga evolución y de adaptaciones de seres más primitivos.
Partes prescindibles, pero útiles
Algunas partes de nuestro organismo han dejado de ser indispensables, pero eso no significa que sean inútiles. Cuando, hace cientos de miles de años, el hombre comenzó a caminar erguido, desarrolló un sistema de refrigeración corporal distinto al de la mayoría de los mamíferos: el sudor. Pero para que la humedad de nuestras glándulas sudoríparas se evapore y produzca su efecto refrigerante, el aire tiene que incidir en la piel. Por lo tanto, el recubrimiento de nuestros antepasados ha dejado de sernos útil, sólo nos queda el vello corporal como recuerdo.
Sin embargo, al desplazarnos sobre dos piernas, exponemos nuestro cráneo a la acción de los rayos solares y las células del cerebro son más sensibles al calor que las de otros órganos. Por consiguiente, el cabello, aunque no es imprescindible, sigue cumpliendo una función protectora.
Para un trabajo especifico
Varios de nuestros órganos internos han sido diseñados para desempeñar una función concreta en una etapa de nuestra vida que, al pasar, dejan de sernos útiles. Otros, como el apéndice, fueron más utilizados en épocas anteriores. Dicho órgano es una zona del intestino grueso que en los adultos mide unos diez centímetros de longitud; se encuentra en la parte inferior derecha del abdomen y suele situarse por detrás del ciego. Según algunos especialistas, fue muy útil para nuestros antepasados, del mismo modo que lo sigue siendo hoy para algunos mamíferos que se alimentan básicamente de plantas. Estos animales poseen un apéndice de grandes dimensiones que contiene bacterias encargadas de descomponer las ásperas paredes de las células vegetales.
Otros de nuestros órganos internos, como los adenoides, las amígdalas, el timo y el bazo, tienen a su cargo un trabajo de protección inmunitaria durante los primeros años de nuestra vida. Cuando estas etapas terminan, caen en un oportuno letargo, del que sólo se despiertan para causar molestias que suelen requerir su extracción.
Si no se usan, se atrofian
El hombre moderno tiene otras necesidades y desarrolla actividades diferentes a las de sus antepasados, por lo que la naturaleza ha modificado algunas de sus facultades.
- Dedo meñique del pie. En nuestros días, el hombre no anda descalzo ni necesita escalar o subir a los árboles para sobrevivir, por lo que ha perdido totalmente la capacidad prensil del pie. Tampoco desarrolla los movimientos individuales de los dedos y, en consecuencia, el dedo meñique se ha atrofiado casi en su totalidad.
- Dientes y mandíbula. Actualmente, sólo un 40% de la población mundial nace provista de los terceros molares o muelas del juicio. La mandíbula es más pequeña y se percibe una disminución progresiva de los dientes incisivos.
- Olfato. Ya no necesitamos oler para protegernos o alimentarnos. Hemos sustituido el atractivo sexual del olor corporal -característica que compartíamos con los mamíferos- por colonias o perfumes.
- Vello corporal. Debido a que el hombre ya no depende de su capa protectora de vello para defenderse del frío, hoy en día somos mucho menos peludos.
- Vista. Lo que antes era una función secundaria de nuestros ojos -ver de cerca-es ahora la principal.
- Oído. El exceso de ruido es una constante en nuestra época y el resultado es una pérdida de la capacidad de audición. La saturación sonora de la sociedad actual nos está dejando progresivamente sordos.
Sólo por estética
Dos elementos tan visibles en nuestro cuerpo como el pelo y las uñas no son indispensables para la vida humana. Por esta razón, los múltiples trastornos que pueden producirse en ellos —como la calvicie— suelen originar, más que problemas de salud, inconvenientes meramente estéticos.
- El pelo. Evita que el cuerpo pierda calor, ya que forma una capa de aire caliente encima de la piel. En la cabeza, protege el cuero cabelludo de rayos solares. El pelo de las fosas nasales protege los pulmones, ya que filtra las partículas de polvo y suciedades que hay en el aire que respiramos. Asimismo, las pestañas defienden la delicada superficie del ojo.
- Las uñas. Salvo cuando nos sirven como armas, sólo nos ayudan a agarrar o manipular mejor los objetos, permitiéndonos realizar movimientos precisos. En los pies son completamente inútiles.
Sin pena ni gloria
Existen otros órganos cuya existencia conocemos, pero de los que sólo nos acordamos para maldecirlos cuando tenemos que pasar por el quirófano para su extirpación. Y a partir de ese momento, podemos vivir sin ellos casi sin ningún problema. Sin embargo, no hay que olvidar que algunos de éstos elementos del cuerpo desempeñan un importante papel en la respuesta inmunitaria del organismo, sobre todo en el periodo comprendido entre la gestación y la pubertad. Es a partir de ahí cuando comienzan a atrofiarse y se convierten en órganos inservibles.
- Apéndice. Contiene una gran cantidad de tejido linfoide, que constituye una importante defensa contra la mayoría de las infecciones locales. Su ubicación determina, en parte, los síntomas que puede producir la apendicitis aguda.
- Adenoides. Forman parte del mecanismo de defensa contra las infecciones de las vías respiratorias superiores. Se encuentran en la parte posterior del conducto nasal. Crecen durante la infancia y frenan su desarrollo en la pubertad, pero en algunos niños siguen creciendo y pueden dar lugar a infecciones. Entonces deben ser extraídos.
- Amígdalas. Son dos masas ovaladas compuestas de ejido linfoide, localizadas una a cada lado de la parte posterior de la garganta. Su función es la misma que la de los adenoides: proteger contra posibles infecciones. Las amígdalas van creciendo desde el nacimiento hasta los siete años de edad y luego se atrofian. La amigdalitis es una infección muy frecuente en la infancia.
- Timo. Situado en la parte posterior del tórax, tras el esternón, se compone de dos lóbulos unidos por detrás de la tráquea. Desempeña un importante papel inmunitario desde la duodécima semana de gestación hasta la pubertad, cuando empieza a debilitarse. Los tejidos linfoides y epiteliales son sustituidos por grasa, pero puede quedar tejido glandular hasta la mediana edad.
- Bazo. Es un órgano linfoide de la parte alta del abdomen, que pesa entre 150 y 180 gramos en los adultos. Participa en la destrucción de los glóbulos rojos y también tiene una función defensiva. Sin embargo, se puede hacer una vida normal sin él. Enfermedades como la tuberculosis, la malaria, la leucemia y la anemia hemolítica lo hacen aumentar de volumen y obligan a extirparlo.
Sin reparar en gastos
- Nuestro organismo produce 18 kilos de piel inerte a lo largo de la vida.
- Tenemos alrededor de 100 mil cabellos y 80 se nos caen diariamente.
- En una eyaculación se depositan más de 300 millones de espermatozoides; entre 150 y 50 llegan hasta la trompa de falopio y, de ellos, tan sólo uno fecunda el óvulo
- Los bebés tienen papilas gustativas que desaparecen con la edad
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